El lado oscuro de los escritores más famosos de la historia: Incesto, traición, drogas y locura.
Hablar de autores como Charles Dickens evoca una infinidad de sentimientos en el lector, todos ellos agradables. Lo mismo ocurre con otros tantos autores como Arthur Conan Doyle o Agatha Christie. Al fin y al cabo, ¿quién no ha pasado un buen rato empapándose de las aventuras de Oliver Twist, Sherlock Holmes o Hércules Poirot? Lo que no ha trascendido tanto es que estos y otros muchos escritores escondían un lado más turbio y tenebroso. El primero, sin ir más lejos, era un misógino que se burlaba de su esposa en público, mientras que el escocés fue blanco de las burlas en la prensa por su obsesión con el mundo sobrenatural.
-¿Hemos idealizado a los escritores clásicos?
A lo largo de la historia de la literatura han sido mitificados. Pero, en realidad, han sido y son personas que tienen las mismas virtudes, defectos y vicios que cualquier ser humano normal. En el siglo XIX no había la cantidad de escritores de ahora, que estamos asistiendo a un auténtico «boom» de autores (de hecho, habría que hablar de personas que publican, más que de escritores); entonces era gente con cierto nivel intelectual la que podían leer y dar forma a un libro. No creo que fueran personas fuera de lo común, pero recurrían a la literatura y a la escritura para espantar ciertos fantasmas personales y ajenos. Podemos encontrar en ellos rasgos extraordinarios o heterodoxos. Es lo que he intentado reflejar en los capítulos: plasmar esas personalidades un tanto atormentadas que inspiraron grandes obras.
-¿Hay que estar, entonces, perturbado o atormentado para ser un buen autor?
Más que perturbado, debe distinguir la realidad desde otra perspectiva, una personal, introspectiva… Luego tiene que poder plasmar esa visión de conjunto, ese panorama que le rodea, en los libros. Me gusta compararlos con los artistas. Esa forma que tienen de ver la luz o las atmósferas. Como escritor, no quiero decir que seamos especiales. No somos personas diferentes, somos como cualquier otro mortal (de hecho, probablemente más pobres), pero tenemos una forma distinta de captar la realidad y sentimos la necesidad de dejarlo en un papel.
-¿Ha prevalecido en nuestra sociedad el lado menos controvertido de los escritores más famosos?
El lector siempre tiende a mitificar a los autores a los que admira. Los ve como seres carentes de defectos. Pero muchos escritores fueron auténticos granujas y canallas. Eso es lo que he querido plantear con alguno de los analizo; que, por encima de esa personalidad que se idolatra, hubo en ocasiones una persona atormentada nada admirable y llena de vicios y defectos. Soy el primero que se ha sorprendido al investigar sus biografías. He hallado datos que me han puesto la piel de gallina. Me he topado con personajes que tenían muy pocas virtudes y eran detestables. Cuando indagas te topas con tu lado más oscuro y tenebroso.
Por ello, para alumbrar esa faceta más olvidada de una docena de autores clásicos, el escritor José Luis Hernández Garvi acaba de publicar «La desaparición de Agatha Christie y otras historias sobre escritores misteriosos, excéntricos y heterodoxos» (Almuzara, 2020).
AGATHA CHRISTIE
Contrastando la historia escrita por Hernández Garvi y teniendo como fuente la información The Daily News, publicado el 11 de Diciembre de 1926 y la Revistagq.com, éste medio de comunicación Radio Full Sports, presenta los antecedentes, hechos y resultados de los motivos de la afamada escritora.
El hecho es que el 3 de diciembre de 1926, la famosa escritora de novelas criminales se esfumó de su domicilio. Su coche fue encontrado poco después en el bosque de Surrey: dentro había dejado ropa y un permiso de conducir caducado.
Durante más de nueve décadas, la desaparición (y eventual aparición) de Christie ha sido motivo de debate entre seguidores de su obra, críticos e historiadores literarios. ¿Estado de fuga temporal… o plan retorcido para vengarse de su esposo?
Todo comienza cuatro meses antes, en pleno verano del 26, cuando Christie recibe una noticia que, a todas luces, no sabe muy bien cómo encajar. Fan fatal de las primeras aventuras de Holmes, así como otros pioneros de la literatura detectivesca (Wilkie Collins, fundamentalmente), esta joven prodigio regresó de su experiencia como enfermera de guerra en un hospital de Devon decidida a escribir su propia novela de misterio. Tras recibir alguna que otra carta de rechazo, la Dama Agatha consigue publicar ‘El misterioso caso de Styles’, debut absoluto de su Hercule Poirot, en 1920. Es el fruto de nada menos que cuatro años de trabajo, pero merece la pena: dado que su marido, Archibald, ha dejado la Fuerza Aérea por un trabajo mal pagado en el sector financiero, y dado también que ella acaba de dar a luz a su única hija, los Christie necesitan con premura una fuente de ingresos adicional.
Años más tarde, Agatha Christie describirá sus primeros contratos literarios como acuerdos cercanos a la explotación, pero lo cierto es que hacia 1926 ya se ha consagrado como una de las grandes voces de la novela de detectives británica, amén de como creadora del cada vez más popular Poirot. De repente llega el mes de abril, y lo hace cargado de malas noticias: la madre de la autora, una presencia increíblemente cercana en su vida, fallece por causas naturales.
A modo de postre, volvamos por un momento a ‘Roger Ackroyd’, el libro que publicó poco antes de desaparecer. Se trata de una de las obras más heterodoxas en el canon de la autora: su giro final y su empleo de un narrador poco fiable la convierten en un quién-lo-hizo decididamente poco habitual. Hay quien dice incluso que Christie hizo trampas, o que contradijo las sagradas reglas del Detection Club, según las cuales el escritor o escritora no puede esconderle pistas esenciales a la persona que está leyendo (y, de alguna manera, intentando resolver el crimen al mismo tiempo que Poirot). Sin embargo, hay quien piensa que ‘Roger Ackroyd’ tiene, en realidad, dos giros sorpresa: uno aparente y otro secreto. En otras palabras: el narrador, tras ser descubierto por el detective, confiesa el crimen a través de una larga nota de suicidio (el propio texto de la novela), pero… ¿y si en realidad está encubriendo a una tercera persona, la auténtica asesina de Ackroyd?
Christie ante la muerte de su madre se sume entonces en una depresión que arrastra hasta agosto, cuando Archie le pide el divorcio. Se ha enamorado de una chica más joven, Nancy Neele, hasta el punto de querer dejar mujer e hija para iniciar una vida con ella.
Es un otoño bastante tormentoso en la casa de Berkshire que la escritora comparte con su, de momento, marido. El 3 de diciembre, Archie concluye que ya ha tenido suficiente y anuncia su intención de pasar el fin de semana lejos de Agatha, acompañado de un grupo de amigos y, por supuesto, la señorita Neele. Esa misma mañana, la autora de ‘El asesinato de Roger Ackroyd’ (1926), su último y cada vez más rotundo éxito de ventas, Christie besa a su hija Rosalind en la cama y coge su vehículo, un Morris Cowley gris, sin avisar a nadie de hacia dónde va. El coche aparece más tarde estrellado en un barranco del bosque de Surrey: dentro, la policía encuentra una maleta con varios cambios de ropa y un permiso de conducir caducado. Agatha Christie, mente privilegiada para el crimen de ficción, ha desaparecido en la vida real.
Durante once días, su paradero se convierte en una cause célèbre británica tan gigantesca que llega hasta el Ministro del Interior, William Joynson-Hicks. Lector confeso de sus novelas, Joynson-Hicks presiona personalmente a la policía para que encuentren a la superventas sana y salva, mientras que los periódicos ofrecen una recompensa de 100 libras de la época a cualquiera que tenga información sobre ella. Se habla de poco menos que 15.000 voluntarios peinando día y noche todo Surrey y alrededores en busca de alguna pista, mientras que Conan Doyle cubre el frente parapsíquico y la también escritora Dorothy L. Sayers, madre del sabueso amateur Lord Peter Wimsey, se desplaza hasta el barranco donde apareció el Morris Cowley para intentar esclarecer lo ocurrido.
Es la primera semana de diciembre de 1926 y Arthur Conan Doyle llama a la puerta de uno de sus médiums de confianza. En una mano sostiene un guante de mujer. Entusiasta de todo lo relacionado con el espiritismo desde su ingreso en la masonería, el padre de Sherlock Holmes no está de visita navideña, sino que tiene un caso que resolver. El guante pertenece a su colega Agatha Christie, desaparecida desde hace un par de días: Conan Doyle desea contratar los servicios del médium para localizar a la escritora con la mayor brevedad, pues la policía y el mismísimo Ministro de Interior de Reino Unido empiezan a temerse lo peor.
No hay duda de que a una inteligencia como la Sayers, que más tarde utilizaría el incidente como base de su novela ‘¿Muerte natural?’ (1927), no se le pasa por alto que el barranco en cuestión se encuentra en Newlands Corner, una reserva natural muy cercana a la casa donde Archie ha ido a pasar el fin de semana con su novia y amigos. Es una de las muchas evidencias que, ups, apuntan hacia una posibilidad escalofriante: ¿y si el marido, ansioso por conseguir que ella firmase los papeles del divorcio, ha decidido sacarla de la ecuación? La policía interroga intensivamente a Archie Christie durante once largos días, luego podemos afirmar que, como mínimo, la maestra de la intriga le arruina el fin de semana campestre a su futuro ex.
Cuando por fin es hallada sana y salva en un balneario de Harrogate, al norte de Yorshire, Agatha Christie se las ingenia para seguir provocando más preguntas que respuestas, pues las circunstancias no están del todo claras. Para empezar, tenemos el nombre falso bajo el que se registra: la señorita Neele (el mismo apellido que la amante de Archie), natural de Ciudad del Cabo. Christie llega al popular spa justo un día después de su desaparición y, según los testigos, pasa el tiempo tomando las aguas y leyendo los periódicos con aire despreocupado. Dado que su caso ocupa las primeras páginas no sólo de la prensa local, sino también del New York Times, hay quien piensa que la autora debió de sufrir una pérdida temporal de memoria como consecuencia de su accidente automovilístico. Cuando el gremio periodístico se entera de lo de Harrogate, Christie abandona el lugar de inmediato para refugiarse en Abney Hall, el domicilio de su hermana, donde espera pacientemente a que el interés mediático por su persona se disipe.
Pero ella sabe la verdad. Ella sabe que le ha enseñado al inútil de su ex-marido lo que ocurre cuando decides jugársela a una de las más brillantes escritoras de misterio del siglo XX.
Para diciembre de 1926, Agatha Christie había descubierto que podía escribir una versión oficial al tiempo que, sin decírselo a nadie, dejaba la realidad oculta entre líneas. Así que sí, por supuesto que se hospedó en un balneario presa de la amnesia o de una fuga psicogénica. ¿Qué otra explicación podría haber?
Tenemos constancia de que su producción se frena hasta cierto punto en 1927, año que pasa semi-retirada y viajando por, entre otros destinos, Las Palmas de Gran Canaria. La versión oficial es que la escritora aún sigue convaleciente: la muerte de su madre, unida al fin de su matrimonio con Archie, la ha sumido en un estado mental y de salud muy frágil. Cuando vuelve al ruedo literario, lo hace con ‘El misterio del tren azul’ (1928), un Poirot que cosecha las mejores críticas hasta la fecha, pero que ella (quizá incapaz de desligar su proceso de escritura de su bache vital) siempre considerará como su obra más floja.
Ella y Archie firman el divorcio en octubre de 1928. Una semana después, él se casa en segundas nupcias con Nancy Neele.
En 1930, Christie se casó con el arqueólogo Max Mallowan, a quien acompañó largas temporadas en sus viajes a Irak y Siria. Sus estancias inspiraron varias de sus novelas posteriores como “Asesinato en Mesopotamia” (1936), “Muerte en el Nilo” (1936) y “Cita con la muerte “(1938), muchas de las cuales fueron adaptadas en teatro y cine con alta aceptación. En 1971, fue designada Comendadora de la Orden del Imperio Británico por la reina Isabel II.3 Falleció por causas naturales en 1976.
En su autobiografía, publicada en 1977, Agatha Christie se refiere a esta etapa de su vida en los siguientes términos: “De modo que, tras la enfermedad, llegaron la pena, la desesperación y un corazón roto”. Lo más curioso de todo es que Christie no hace mención alguna a una desaparición tan sonada en su biografía: habla de unos meses duros antes de la publicación de ‘El tren azul’, sí, pero no profundiza más.
¿Y bien? ¿Qué demonios sucedió un poco antes de las navidades de 1926? La pregunta sigue siendo motivo de debate entre seguidores de su obra, críticos e historiadores literarios. Uno de sus biógrafos, Andrew Norman, está convencido de que su episodio en el balneario tiene una explicación psicoanalítica muy sencilla: la escritora podría haber atravesado una forma más o menos severa de trance psicogénico o estado de fuga. Se trata de una condición habitual en personas que pasan por estados depresivos o de trauma profundo: sin ir más lejos, Stephen Fry asegura haber sufrido uno en 1995, cuando decidió viajar a Brujas sin avisar siquiera a su familia y amigos más cercanos. Según él, realmente no se dio cuenta de lo que había hecho hasta que llevaba días hospedado en su hotel belga: era como si se viera a sí mismo cogiendo el avión y paseando por las calles de la ciudad, como un simple espectador sin agencia real en los hechos.
GEORGE TRAKL
El escritor José Luis Hernández Garvi afirmó a ABC, que su obra persigue un doble objetivo. Por un lado, zambullirse en el pasado olvidado de personajes reconocidos en los libros de historia; pero también dar a conocer la obra (y los desmanes) de otros tantos como George Trakl.
Trakl se consideraba el continuador y sucesor de Hölderlin, cuyo estilo asimila y moderniza dentro de la estética del expresionismo, pero en él también influyeron Novalis y Rimbaud. En él aparecen los temas del expresionismo salvo el mundo del trabajo y la ciudad: la descomposición del yo a causa de la sociedad moderna, la angustia, la locura, el suicidio, la muerte, la vejez, la ruina, la enfermedad: «Todos los caminos conducen a la putrefacción negra». El hombre está en el centro de sus representaciones y no tiene sino un destino: pudrirse. Esta visión escatológica y apocalíptica, se desarrolla en un mundo sin Dios o donde Dios ha muerto según pregona Nietzsche, de quien Trakl asimila el nihilismo, otro tema expresionista. La vida está vacía de sentido. “Yo no he nacido sino a medias”, escribió.
Trakl es un poeta tristísimo, obsesionado con temas como el mal y el desarraigo, que expresa de un modo oscuro y tétrico, lleno de herméticas alegorías y con un tono fuertemente desgarrado lleno de pesimismo. El paisaje, en él, es subjetivo, casi siempre de otoño y en todo caso opresivo y sombrío. En uno de sus aforismos dice: “Sólo aquel que desprecia la felicidad obtendrá la consciencia”. Pone en escena personajes indeterminados como el huérfano, el viajero, el viejo, el novicio o figuras famosas pero sin orígenes ni identidad, como Kaspar Hauser, Elis o Helián; la poesía de Georg Trakl da la impresión muy a menudo de ser impersonal. Escribió a su amigo el escritor Erhard Buschbeck: «Terminaré por quedar siempre como un pobre Kaspar Hauser». Los colores en él son simbólicos: el blanco o el negro evocan la muerte, el azul la pureza. Desde 1953 existe en Austria el Premio Georg Trakl de literatura.
Trakl, fue un poeta, que no aceptó un trabajo diario para sostener el pago de su propio sustento económico, adicto a las drogas y quién mantuvo una relación con su propia hermana menor, la que terminó suicidándose después de la muerte del poeta.
CHARLES DICKENS
-Quizá el caso más claro sea el de Charles Dickens, un misógino, según afirma en su obra.
En efecto. Sentía un desprecio absoluto por las mujeres. Era un escritor capaz de alumbrar obras maestras, pero que en su vida personal humillaba a su mujer delante de sus amigos y la maltrataba psicológicamente. Pero no solo pasó con él, sucedió con muchos de los autores masculinos que aparecen en mi obra. Lo que es corroborado por la biografía escrita por A.N. Wilson quien explora la vida del narrador haciendo foco en uno de los aspectos más problemáticos de su personalidad: su relación áspera con las mujeres era una cuestión que la atribuye a la fría relación que el autor de Oliver Twist mantuvo con su madre.
El desprecio de Dickens a las mujeres fue revelado años después de la muerte del escritor, por su hija Katey, quien sin ocultar el desdén que llegó a sentir por él debido al grado de crueldad a la madre de ella, Catherine, a quien incluso había repudiado poniendo un anuncio en un periódico. Dickens quien sólo estudió dos años de escuela, consiguió casarse con Catherine Hogarth, hija de su director en The Morning Chronicle. La mujer tuvo 10 hijos; después, se apodero de ella una “fatiga indescifrable” que muchos atribuían al terror que le causaba Dickens.
Su editor Frederick Evans, según la biografía, se negó a visitarlo en su casa porque “no podía soportar la crueldad hacia su esposa y los insultos feroces, ante sus hijos y sirvientes”.
Como le ocurrió a Balzac, Dickens no perdonó nunca la falta de amor de su madre, mucho más afectuosa con sus otros hijos. Ese desprecio explica la figura recurrente de la madre odiosa y negligente en novelas, como Nicholas Nickleby. “Nunca lo olvidé y nunca lo podré olvidar”, fue el lamento que formuló el narrador a su amigo John Foster.
Pocos libros han indagado tanto en los aspectos incómodos del escritor como el flamante The mistery of Charles Dickens, en el que Wilson sostiene que el maltrato hacia su mujer -y hacia algunos de los personajes femeninos de sus novelas- tiene como fundamento el odio del autor de David Copperfield hacia su propia madre, Elizabeth, a quien nunca perdonó por enviarlo a trabajar 10 horas diarias en la fábrica de betún de Warren, a los 12 años, mientras su padre John cumplía condena por las deudas impagadas.
Su amante: Dickens tenía 45 años cuando conoció a Ellen Ternan. Ella tenía 18 años en ese momento, solo un poco mayor que su hija Katey. Se cree que Dickens comenzó un romance con Ternan; sin embargo, la verdadera naturaleza de su relación se mantuvo en secreto para el público en general. Ternan era inteligente, encantadora, con un carácter fuerte y muy interesada en la literatura y el teatro. Dickens se refirió a Ternan como su “círculo mágico de uno”. Los unía su juventud, la pobreza de ambos en la juventud, su amor por lo imaginario y por la representación de la realidad.
En 1857, Charles Dickens la vio actuando en el Haymarket Theatre de Londres. La eligió, junto con su madre y su hermana María, para tres representaciones de The Frozen Deep en Manchester en agosto de 1857, por recomendación de su amigo, actor y dramaturgo Alfred Wigan. No era raro que se invitara a actrices profesionales a presentarse con caballeros aficionados; la Sra. Ternan interpretó a una enfermera escocesa; María, la heroína Clara; y Nelly (Ellen) tomó el papel de niña de Katey Dickens, la hija de diecisiete años de Dickens. Su verdadero nombre era Ellen Lawless Ternan (3 de marzo de 1839 – 25 de abril de 1914), también conocida como Nelly Ternan o Nelly Robinson.
A mediados de septiembre de 1857, Charles Dickens fue con Wilkie Collins a Doncaster para ver a Ellen actuar en La mascota de las enaguas en el Theatre Royal, y le escribió a John Forster que su relación con su esposa se estaba desintegrando; ‘Pobre Catherine y yo no estamos hechos el uno para el otro [-] Lo que ahora está sucediendo lo veía venir constantemente’. Mas temprano y a principios de 1857, el escritor ordenó a su ama de llaves, Anne Cornelius, que levantara una barrera física entre su dormitorio y el de su esposa para evitar el mínimo contacto. Con el tiempo, acabaría expulsándola de la casa familiar en Bloomsbury y confinándola junto a su hijo Charlie en Gloucester Crescent.
Según se sabe, las cosas llegaron a un punto crítico en 1858 cuando Catherine Dickens abrió un paquete entregado por un joyero londinense que contenía un brazalete de oro destinado a Ternan con una nota escrita por su marido.
Charles y Catherine Dickens se separaron ese mayo, después de 22 años de matrimonio.
Ternan dejó el escenario en 1860 y desde ese momento fue apoyada económicamente por Dickens. A veces viajaba con él, como el día del accidente ferroviario de Staplehurst el 9 de junio de 1865 cuando Dickens viajaba con Ternan y su madre de regreso de una visita a Francia. Al parecer, abandonó un plan para llevarla a su visita a Estados Unidos en 1867 por temor a que la prensa estadounidense publicitara su relación. Vivía en casas que él tomó con nombres falsos en Slough y luego en Nunhead . Se especuló mucho sobre la verdad del asunto pero Ternan pudo haber dado a luz a un hijo de Dickens que murió en la infancia. Hay poca evidencia relacionada con la naturaleza de la relación de Charles Dickens y Ellen Ternan porque ni Dickens, Ternan ni las hermanas de Ternan dejaron ningún relato de la relación y la mayor parte de la correspondencia relativa a la relación fue destruida.
Muchos eruditos y comentaristas creen que Dickens basó varios de sus personajes femeninos en Ternan, incluyendo a Estella en “Great Expectations”, Bella Wilfer en “Our Mutual Friend” y Helena Landless en “The Mystery of Edwin Drood”, y otros pueden haberse inspirado en ella, particularmente Lucie Manette en “A Tale of Two Cities”.
Su muerte ha dejado siempre un cúmulo de interrogantes, precedidos del viaje que hizo el 8 de junio de 1870 para visitar a su amante, la actriz Nelly Ternan, con quien mantuvo una relación de 13 años y quién pidió ayuda a un voluntario de una iglesia cercana y consiguió un carruaje para trasladar a Dickens semiinconsciente a su casa en Kent. Lo que ocurrió después no está muy claro, aunque Nelly había desaparecido ya de la escena cuando el escritor, falleció a las 6.10 horas del día siguiente en el hogar familiar.
Dickens dejó un legado de £ 1,000 a Ternan en su testamento tras su muerte en 1870 y suficientes ingresos de un fondo fiduciario para asegurarse de que ella nunca más tuviera que trabajar.
En 1876, seis años después de la muerte de Dickens, Ternan se casó con George Wharton Robinson, un graduado de Oxford, que era 12 años menor que ella y no sabía nada de su estrecha relación con Dickens. Se presentó como 14 años más joven (23 años, en lugar de 37). La pareja tuvo un hijo, Geoffrey, y una hija, Gladys, y dirigía una escuela de varones en Margate. Entonces fue conocida como Ellen Robinson.
-¿Alguna otra extravagancia que le haya sorprendido de este autor?
Su afición por lo sobrenatural y el mesmerismo, un antecedente de la hipnosis que afirmaba que existía una fuerza oscura de la naturaleza que podía utilizarse a placer. Dickens, partidario de que no todo el mundo sabía aplicarlo, estaba obsesionado con valerse de él para controlar la voluntad de las mujeres. Afirmaba que podía curarlas de males como la histeria o problemas psicológicos, pero, en realidad, buscaba atraerlas hacia su persona.
MARY SHELLEY
El caso más llamativo fue el de Mary Shelley. Empezó a escribir con 19 años, produjo una obra maestra como «Frankenstein» y, todavía, incluso en nuestros días, se duda sobre su capacidad como autora. Algunos expertos se la atribuyen a su marido.
-Arthur Conan Doyle, autor de Sherlock Holmes, era otro de los grandes seguidores de lo sobrenatural…
Sí. Resulta sorprendente que fuera capaz de dar a luz a un personaje que se valía de la lógica y que no se salía de los parámetros de la razón para resolver sus crímenes. Él, en cambio, fue un crédulo en todo lo que tenía que ver con lo paranormal. Al final de su vida se concentró en estos temas y dejó a un lado su faceta literaria.
-¿Un crédulo…?
Se creía cualquier historia sobrenatural que le contaran. Estuvo relacionado de una forma u otra con muchos de los escándalos de espiritismo que hubo en la época. El ejemplo más claro fue el de las hadas de Cottingley, unas supuestas fotografías en las que se veía a estos pequeños seres bailando con niñas en un bosque. Dieron la vuelta al mundo aunque, luego, se descubrió que todo era un montaje hecho a través de imágenes superpuestas. El autor siempre dio por hecho que se trataba de un caso real.
También fue un defensor del espiritismo. Su mujer, que se vendía como médium, estaba convencida de que podía entrar en contacto con fantasmas. La creencia le costó alguna amistad, como la del escapista Houdini, con quien mantuvo una fuerte discusión sobre el tema.
-¿Qué sucedió con el escapista?
Houdini era amigo suyo. Eran admiradores mutuos. Como estaba muy dolido por la muerte de su madre, habló con Doyle, quien mantuvo que su mujer podía ponerle en contacto con ella. Hicieron una sesión de espiritismo en la que la médium dijo haber contactado con la fallecida, pero el escapista se percató de que todo era un montaje cuando su madre se dirigió a él en inglés, un idioma del que no hablaba una palabra. Ambos mantuvieron una fuerte discusión sobre el tema.
Fuente:abs, Wikipedia, The Daily News, Investigacion de Radio Full Sports